Seguramente recordarán haber jugado con muñecos o con muñecas cuando eran niños. Habrá algunos que jugaban con muñecos de sus superhéroes favoritos o de alguna película famosa y algunas que jugaban con muñecas Barbies o con muñequitas de trapo o de porcelana.
socialmente, éso está bien cuando eres niño. Está bien que uno juegue con muñecos cuando se es niño, de hecho, hay algunos estudios que aseguran que la creatividad de los niños es fomentada por las relaciones que establecen entre sus muñecos. Es decir, seguramente habrán escuchado a algún niño o incluso a ustedes mismos decir: "éste muñeco salvó al otro, porque aquél otro quería matarlo". Ésa es una relación.
Las estructuras que éstos niños crean son tan complejas e intrincadas como las sean las de su entorno. Muchas veces lo único que hacen los niños es repetir situaciones del mundo real dentro de su propio mundo imaginario.
Lamentablemente, muchas compañías fabricantes de juguetes se aprovechan de la "necesidad" de éstos niños por hacer cada vez más complejas las estructuras de éste mundo imaginario. Lo hacen sacando al mercado miles de personajes distintos o innumerables figuras de un mismo personaje, pero con distintos aditamentos (por ejemplo, el fenómeno Barbie). Sería una locura pensar en tener todos los muñecos de una serie de televisión (por ejemplo) con el afán de extender las aventuras que uno ve en la tele a un mundo imaginario personal.
Sin embargo, muchas personas se obsesionan con éstas "figuras de acción" y las coleccionan no para jugar con ellas, sino simplemente para poseerlas. Obviamente éstas personas ya no son niños. Muchos les llaman "inmaduros", pero la verdad es que estaría justificado llamarles así si de hecho utilizaran los juguetes, que tanto trabajo y dinero les cuesta conseguir, para jugar con ellos.
Es simple, a un niño no le importaría que una muñeca de The Bride (la pregunta aquí sería: ¿cómo sé que existen juguetes de la película Kill Bill?) costó $450 y tuvo que ser adquirida en un mercado especializado que existe en una de las calles del centro de la Ciudad de México que sólo se pone los sábados. A un niño sólo le importaría incluirla dentro de ése mundo imaginario que él ha creado. La imaginará teniendo un encuentro samurai a muerte con alguna muñeca Barbie o con Batman o con Darth Vader... en su mundo todo éso es posible.
Pero las comapañías no toman en cuenta a los niños para hacer dinero, sino a los adultos. Es mucho más seguro que un adulto compre toda una línea de figuras de acción o de muñecas (u otro tipo de juguete, en algunos casos) a que un niño sea lo suficientemente afortunado como para que sus papás se los compren.
Hay juguetes practicamente de cualquier cosa. Hay muñecos de películas, cómics, caricaturas, personajes de la vida real (entre los que se encuentran músicos, actores y actrices, personajes de la política, "celebridades" -es decir, gente que es famosa por no hacer absolutamente nada-, entre otras), etc. Las compañías que los fabrican van a la segura. Fabrican "ediciones limitadas sólo para coleccionistas", es decir, en otras palabras, muñecos que se venden en enormes cantidades de dinero.
Permítanme terminar con un dato personal. Éso, espero, les ayudará a entender un poco más lo que sucede en mi mente y, con un poco de suerte, identificar al nerd que existe en ustedes:
Mi familia siempre ha sido humilde. No somos pobres ni indigentes, pero no estamos podridos en dinero. Lo cierto es que no siempre era posible que mis papás me compraran los muñecos que me gustaban y trataba de arreglármelas con los que tenía para jugar.
Con el tiempo se me ocurrió la idea de dibujar a los personajes que necesitaba para jugar. En lugar de pedirle a mi mamá que me comprara un muñeco de Batman, yo mismo lo dibujaba en una hoja de papel y luego lo recortaba para jugar con él. No se rían de mí, es cierto. Yo pasé un tiempo de mi niñez jugando con pedazos de papel.
Luego se me ocurrió modelarlos en plastilina. No crean que era yo un gran artista, al contrario, los primeros que hice eran terriblemente básicos: un cuerpo malhecho simulando una silueta humana (torso, brazos y piernas) y una bola encima simulando una cabeza. Lo único que distinguía a uno de otro era el color con el que estaba hecho (éso me permitía distinquir entre el Capitán Frío y el Acertijo, pero no entre Batichica y Gatúbela).
Con el tiempo fuí perfeccionando la manera en la que modelaba mis juguetes. Algunos me dejaban impresionado cuando los terminaba... Y luego, una maldición que yo mismo me había echado encima acabó con ellos: mis sobrinos estaban en la edad en la que querían deshacer cosas con sus manos y mis figuras fueron sus principales víctimas.
El hábito de modelar figuras de plastilina me duró hasta mucho después. De hecho, las últimas dos figuras que hice fueron unas de Marilyn Manson que debo haber creado en el año 2001 más o menos. Debo decir que también fueron destruídas por mis sobrinos, junto con las ganas de crear más.
El punto es que, desde los 9 ó 10 años no me interesaron más las figuras de acción. Al principio era capaz de dibujarlas en un papel e imaginármelas tridimencionales, luego fui capaz de agarrar pedazos de plastilina y convertirlos en algo que me entretenía por horas enteras. Comencé a crear historias que aún hoy en día me ayudan a escribir mucho de lo que escribo. Imaginé un mundo en donde todo podía pasar y, de hecho, pasaba. ¿Éso me hace mejor que a otras personas? Por supuesto que no. En absoluto... Quizás sólo me haga un poco más nerd.
Los únicos agradecidos con ello, deben ser mis papás, ya que es mucho más barato comprarle a un niño unos lápices de colores o unos paquetes de plastilina que unas figuras de acción de $300 ó $400.
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